Blanca es una mujer que se fue a la guerra hace unos años y en lugar de volver con algunas «bajas» volvió con algunas «altas». Su particular historia de lucha y superación la convierten en un referente como mujer y como madre.
Escuchar su experiencia es como hacer un máster sobre afrontamiento de los pequeños y grandes problemas de la vida. Con su particular mirada hacia los niños con necesidades especiales, nos enseña a verlos en su compleja y rica realidad, ni más ni menos.
Cuando la escucho no puedo evitar preguntarme ¿Qué niño no tiene necesidades especiales de vez en cuándo? y qué importante es saber verlas para poder atenderlas.
Os dejo con Blanca y Pedro, y con su preciosa historia.
“¿Qué crees que le pasa a tu hijo? Investiga, piénsalo, y me traes la mejor y la peor opción sobre lo que piensas” La psicóloga acaba de soltarme esta bomba. Un niño de poco más de un año correteando y chillando en la consulta de una psicóloga infantil, una bebé de pocos meses en el carrito esperando para su toma y yo, allí, mirando de hito en hito, la cara de los tres.
Que pasaba algo ya lo intuía yo, en dónde me estaba metiendo… no TEA, TRA, TDAH, Trastorno del neurodesarollo, epilepsia subclínica, TGD… Medicación, especialistas, colegio normal o especial, terapia con animales, con voz materna, terapia ABA, pictogramas, agendas, citas, cursos, conferencias, noches y noches en vela, asociaciones, fundaciones, especialistas, papeleos, hospitalizaciones… Y de pronto ¿dónde queda el resto de tu vida? ¿La familia, el resto de los hijos, la vida social, el trabajo, tú misma? Has desaparecido ante tan abrumador presente y tan pésimo futuro.
Y yo, mientras todo esto pasaba por mi cabeza en aquel instante en aquella consulta, me dije ¡no! En el camino íbamos a perder todos demasiado, no podía perder tiempo en lamentaciones y disquisiciones mentales que sólo iban a traerme problemas y renuncias.
Siempre tuve claro que mi hijo era quien es y que llegaría hasta donde pudiera llegar, y que para ello, no podía sacrificar al resto de sus hermanos (a los pocos años llegó la tercera hija) y el resto de mi vida. Pero también tenía muy claro que eso sólo lo sabía yo, y que, sólo con esa confianza, podría encarar el futuro.
Esa claridad no se ve, no se puede poner con palabras para que otros lo entiendan. Va mucho más allá de la aceptación de algo tan inesperado, ya que aceptar algo así puede llevar su tiempo (a veces años). Es la lucha en la “normalidad” lo que hace que el “problema” se transforme en algo cotidiano, familiar, “amigo”. Nunca he dejado de mirar a mi hijo de distinto modo después del diagnóstico. No se trata de hacer como que no pasa nada, se trata de que él sigue siendo el mismo para mí. Es un montón de papeleo para el colegio, es un número de expediente en la seguridad social, es un certificado de minusvalía… Sí, él lleva todo eso, pero todo eso no es él. Enfocar las cosas en su justa medida hace eso que tanto llama la atención a la gente, hace que no te sientas excepcional, ni que tu hijo sea “especial”, hace que todo sea extraordinariamente normal.
Un problema puede tener muchos nombres, muchas formas y tamaños, pero no deja de ser una oportunidad de aprendizaje, de descubrimiento y de crecimiento.
Cuando me di cuenta de esto el paisaje cambió. Sólo quedaba la tarea tan fácil y tan enorme de adaptar el vehículo que nos llevaba por la vida al camino, no cambiar de camino. Y nunca quedarse parado.
Claro que a nadie le apetece saber que tendrá que llevar de compañera la incomprensión, el cansancio o la lucha contra tantas cosas, pero sólo desde la óptica de que nosotros decidimos cómo queremos vivir la vida y enseñarla a nuestros hijos y a los demás, es posible recorrerla.
Si hemos acertado o no, el tiempo lo dirá, pero la tranquilidad de que uno está cumpliendo con su deber, de que su instinto como padre funciona y de que la huella que deja pueden continuarla otros, eso queda para siempre.
Sólo somos padres, ni más ¡ni menos!. Y toda nuestra fuerza parte de eso mismo. No pierdas de vista el objetivo principal: sea cual sea la mochila que cargas, es tu mochila. Disfrútala, aligérala todo lo que puedas, maldícela de vez en cuando, y cuando sea necesario, busca a quién prestársela un ratito, si miras alrededor, siempre hay alguien dispuesto a ayudar -al cual también haremos mucho bien-.
Blanca Baeyens de Arce